Oriente y Occidente

La creación de su mejor vida

 Lecciones de una flor sin tallo

 

Como psicóloga licenciada y chamán iniciada, he podido aumentar
exponencialmente mi capacidad para ayudar a las personas combinando estas dos
disciplinas en una maravillosa mezcla de ciencia y espiritualidad.

 

El principio de la medicina de la tierra de “escuchar la voz de todo en la
naturaleza” se integra bellamente con la meditación y las imágenes guiadas,
cuyos beneficios han estado bien documentados en las publicaciones científicas. 

 

Cuando pasamos tiempo con cosas que no han sido fabricadas por manos
humanas, una montaña, una estrella, un árbol, podemos obtener un acceso
directo, visceral, a los secretos del mundo natural que nos rodea. Luego cada
elemento de la naturaleza se convierte en maestro y podemos apreciar los
principios únicos de cada elemento y adoptarlos para nosotros.

 

Me topé con un maestro de esa naturaleza cuando caminaba por lo alto de los
Andes peruanos, en la sagrada montaña de Ausangate.

 

Allí, chispeando como una gota de sol sobre lo vasto, marrón y estéril del
terreno había una brillante flor amarilla. Inmediatamente atraída por su
belleza, me acerqué y me di cuenta de que esta flor no tenía ningún tallo. Mucho
tiempo atrás había sacrificado su frágil extremidad para adaptarse a los
fuertes vientos de la montaña. Me agaché para recogerla como obsequio para mi mesa
(bolsa medicinal) y, para mi sorpresa, no pude arrancarla por mucho que lo
intenté. Al tirar una y otra vez, admiré la fortaleza de la conexión de esta
flor con la tierra. En un momento de plena conciencia, entendí que había mucho
más que aprender sentándome allí, junto a la tenacidad de esta flor.  

 

Allí estaba, bella y completamente sola. Tan firmemente arraigada en la
madre tierra que podía soportar el peor de los climas; drásticos cambios de
temperatura, desde las noches congeladas hasta el abrasador sol de la tarde,
largos períodos de sequía y vientos de una magnitud impensable. Allí, a 13.000
pies en la dura y oscura tierra, donde nada puede crecer salvo unas pequeñas
patatas cultivadas por los descendientes de los Incas, había un toque de color
brillante. Allí esta pequeña flor sin tallo prosperaba y disfrutaba del sol
andino. 

 

Sentí mucha admiración por este equilibrio perfecto entre belleza y
resistencia. Me pregunté cómo sus frágiles pétalos amarillos se habían abierto
camino entre la tierra y la roca. Cómo se había adaptado a condiciones tan
extremas, incluso sacrificando su tallo, que se podría romper fácilmente, para
mantenerse firme y bella bajo el más fuerte de los vientos. Noté cuando me paré
que, no muy lejos, había otras flores también firmemente arraigadas en la roca,
igualmente bellas y solas. Me pregunté si ella sabía que había otras como ella,
aunque no las pudiera observar desde donde se encontraba.

 

Sentándome en complacencia, recordé la definición de Einstein sobre lo
misterioso; “Sentir de detrás de todo lo que se puede vivir existe algo que nuestra mente

no puede abarcar y cuyabelleza y magnificencia nos alcanza sólo de forma indirecta, como un débil
reflejo”.  

 

Desde luego, esta flor tenía su propia naturaleza
misteriosa, que se podía sentir pero no explicar. La milagrosa posibilidad de
su existencia estaba allí como verdad innegable, una verdad que yo podría traer
conmigo.

 

Cuando volví a casa y al trabajo, compartí mi experiencia con esta flor
maestra en la montaña sagrada. Una y otra vez, las mujeres que luchaban durante
sus propios y difíciles caminos hacia la curación pudieron sentir la energía y
recibir los regalos de esta flor sin tallo.

Que la sabiduría de las flores sin tallo de las montañas les ayuden a
encontrar la fortaleza para erguirse en la belleza de su propia y verdadera
naturaleza.

 

Claudia Edwards, Ph.D.

305-661-5516

Claudia@DrClaudiaEdwards.com